Se supone que sería un movimiento pacífico. Colombia, presenció este jueves 21 de noviembre una de sus escenas más vergonzosas hacia el mundo, sino la más. De fiesta democrática pasamos a violencia y vandalismo, de calma y unión pasamos al temor.
Desadaptados y cobardes que no mostraron sus rostros, se convirtieron en los representantes de un paro nacional que terminó dejando terribles consecuencias para el pueblo y dejó muy mal parados a todos aquellos sectores que lo promovieron; valga decir políticos, gremiales y estudiantiles.
Los verdaderos protagonistas no fueron las pancartas, ni las consigas ni las largas caminatas que inundaron las calles de Colombia. Los protagonistas fueron los destrozos y los hechos violentos, contra lugares emblemáticos además como el Capitolio Nacional, el Palacio Liévano, la Cancillería, el Consejo de Estado, la Procuraduría y hasta contra las estaciones del Transmilenio.
Los hechos de este 21 de noviembre, solo mostraron que el descontrol que vive Latinoamérica en el ámbito político y social quiere también radicarse en nuestro país.
Los manifestantes, fueron secundarios cuando ellos debieron ser los principales protagonistas. A su vez, Cali se convirtió en una batalla campal, en una escena prehistórica de barbarie que obligó a anunciar un toque de queda. No podemos seguir permitiendo que esto pase.,
¡Señores! esto no es lo que queremos para Colombia. Le decimos no a un país que sea dividido por un sector que para mostrar su desacuerdo con el gobierno usa como carnada al principal recurso: la gente.